De nuevo agradecerle por regalarnos siempre sus opiniones más sinceras, creo que es una reseña llena de sentimientos y que os llegará muchísimo, así que no os la perdáis de verdad.
Al igual que para el cine, para los libros suelo tener debilidad también por el género del terror y la ciencia-ficción, pero eso no quiere decir que ni lea ni vea otro tipo de géneros. Pero siempre acabo escribiendo sobre los mismos. Pero me apetecía mucho cambiar y le comenté a Arantxa que le mandaría una reseña, que a priori, no parecía de las mías.
Pero es que, confesaré una debilidad, todo lo que tiene que ver con el mundo “Freak” me atrae muchísimo. Refiriéndome, por supuesto, al concepto que se refiere al de los fenómenos de feria (no hablo del significado actual). Ya sabéis, gente que nace con severas malformaciones y que normalmente, y con suerte, antaño terminaba trabajando en ferias que los exhibían. Desde pequeña me obsesionaba, y descubrir un día en TV la película de
Tod Browning,
“Freaks. La parada de los monstruos”, que lo hizo todo más grande. Entró en mi lista de mejores películas y a esta le siguieron más, como “Garras humanas”, del mismo Browning, o la famosa “El hombre elefante”, de Lynch.
Nunca me han dado asco ni miedo estas personas, más bien admiración, por poder seguir luchando y viviendo cuando has nacido sin piernas, sin brazos, o sin ninguna de las dos cosas. O peor, con enfermedades como la microcefalia o trastornos como el de ‘la mujer pájaro’ o ‘el hombre esqueleto’ (se les llamaba así, no hace falta que ponga el nombre real de la malformación). Pero no sólo esos, también estaban la mujer barbuda, ser enano (o gigante), los hermanos/as siameses, además de otras enfermedades mentales o deformidades físicas.
Y toda esta explicación, viene a cuento porque el protagonista de
“La lección de August”, el pequeño
Auggie, es un niño con una seria deformidad en la cara. Con la ‘suerte’ de haber nacido en una época en la que no te vendían cuando pasaba el circo (o te mataban directamente), si no en la actual, y con unos padres y una hermana que le quieren mucho y realizan todas las operaciones posibles para mejorar su aspecto. Pero eso, no te salva de las miradas de miedo, asco o burla (o todo junto) del resto de personas. Y más en un niño pequeño, si en el colegio ya sabemos todos lo crueles que pueden ser los niños con el que es diferente, imaginad con alguien como August. Y este es el dilema que se va planteando en el libro.
Auggie ha pasado toda su vida en hospitales y educado en casa por su madre, aparte del problema en su rostro, es totalmente normal en todo. Y ahora que ya está mucho mejor y recuperado de sus operaciones para mejorarle la calidad de vida, sus padres quieren que empiece a ir al colegio, a sociabilizar y hacer amigos, como cualquier otro niño. Pero para él, resulta muy duro. Pero con valor, y con humor (es pequeño, pero ya sabe cómo le mira todo el mundo y como murmullan), empieza el curso y vamos viendo cómo le va al pequeño, como se relaciona, como hace amigos, (y enemigos…), como es muy buen estudiante, su relación con su familia...
El libro cuenta con momentos duros y tristes, la realidad de esta gente es así, por supuesto, pero también está narrado con un tono de superación y ánimo.
No llega a ser deprimente nunca, y dentro de la pena y las injusticias, siempre ves un momento de felicidad, una luz al final del túnel. Porque August, pasa de vivir con un casco de astronauta en la cabeza a aceptarse y desterrarlo.
Pero una de las cosas que más te engancha a leerlo, es que está narrado desde diferentes puntos de vista. Auggie narra la mayoría de capítulos, pero otros son vistos y narrados desde los pensamientos de su hermana Olivia, la amiga de su hermana (Miranda), y sus amigos de clase (Jack y Summer). Que complementan de forma estupenda la visión de August, ya sabemos que la historia tiene tantas versiones como personas involucradas haya. Y lo que narre uno, desde su punto de vista, se ve de otra manera cuando lo ves desde otro ángulo. Porque además, se adentra también en los problemas de los demás. Olvia y su paso al instituto, Jack y sus problemas con las notas… problemas normales de la edad, pero que sabéis que se suelen magnificar.
Uno de los que más me gustó es el de su hermana, porque la gente suele olvidar, o no pensar, en lo que sufren los familiares de estas personas y como lo viven. Y este es un punto que me pilla bastante cerca, porque la relación entre los hermanos August y Olivia me recordaba a la mía con mi hermano. Y no, él no tiene una deformidad, pero pasó por una enfermedad muy grave que nos hizo vivir situaciones bastante parecidas. De repente, y como pasa en el libro, ves que todo se centra en la persona enferma (lógico, sí, pero pensad que el otro hermano no es adulto, es un crío), pasas a ser el hermano/a del niño con problemas, la gente te mira, te conocen por eso. Y muchos preguntan, y más por morbo que verdadero interés. Pero la vida te enseña, que lo mejor es pasar y que lo que no te mata, te hace mucho más fuerte. Nunca hay que dar importancia a lo que hacen o dicen los demás, y menos, si son personas que ni conoces y sólo quieren hacerte daño para sentirse más fuertes.
En definitiva, es un libro que recomendaría encarecidamente. Y que estoy segura que, si no lo es, acabará siendo de esas lecturas que se leen en institutos. Se lee enseguida, engancha mucho y se disfruta. Comprendes como pasa su niñez un niño con una severa malformación, y como muchos de sus problemas son los mismos que viven el resto de chavales en la escuela. Y sí, tiene momentos muy duros, pero os aseguro que cuando lo terminas, deja muy buen sabor de boca.
¡Ah! Y luego tenemos las referencias a música y películas, que lo acercan más. August es fan de “La guerra de las galaxias” y le encanta David Bowie, en especial la canción “Space Oddity”, que tiene un significado muy especial para él (si lo leéis, sabréis el porqué).
Y me despido con una frase del libro: “Cuando puedas elegir entre tener razón o ser amable, elige ser amable”.